Autor: Guillermo Giacosa
Odio fumar porque mis amigos que lo hacían están muertos. Detesto fumar por el color que tiñe los dientes, por la tos nocturna, por los esputos sanguinolentos, por las uñas amarillas, por el olor pestilente que atraviesa la piel, por convertirnos en apéndices de un palito que echa humo. Detesto fumar porque el tabaco mina la capacidad de erección, y cambiar esta por un poco de humo es una solemne expresión de estupidez humana. Odio fumar porque la industria del tabaco ha convencido a los jóvenes de que solo se es adulto cuando se tiene un cigarro entre los dedos, y porque su convicción adolescente continúa hasta que la adicción –cuando la edad los ha transformado en adultos– se ha apoderado casi definitivamente de ellos.
Odio fumar porque el cigarrillo mata más seres humanos que el alcohol, las drogas ilegales, los accidentes de tránsito, los suicidios y los homicidios, todos juntos: cinco millones por año, sin contar los decesos de los fumadores pasivos. Odio fumar porque fui hijo de un padre que fumaba tanto que, cuando murió, estuvimos tentados de decir que 'se había hecho humo’.
Era de los que calman la tos encendiendo un pucho y envenenaba inconscientemente a mi madre durante sus noches de insomnio, creando un ambiente de gas mostaza que a ella le hubiese permitido participar en la guerra de 1914 sin máscaras protectoras. Detesto fumar porque, además, resume todos los vicios de las industrias que mantienen vivo el capitalismo salvaje a costa de la vida de los otros. Mienten, sobornan y potencian los poderes adictivos de los venenos que comercializan.
Odio fumar porque se seduce a los niños para que reemplacen a los clientes que se les van muriendo y porque se enriquecen vendiendo un producto cuya cajetilla tiene un costo de producción de 0.02 dólares y hay quien no da de comer a sus hijos por comprarla. Como en EE.UU. los cigarrillos se venden en farmacias, es bueno recordar la publicidad de un joven que, ante la negativa del farmacéutico de venderle cianuro, polonio, radón, plomo y formol, le dice: “Entonces véndame un paquete de cigarrillos. Total, el humo los contiene a todos”.
No me gusta fumar porque, en una reunión de mi juventud en la que el humo apenas nos permitía reconocernos, el único no fumador dijo con voz clemente: “¿No les molesta si no fumo?”. Odio fumar porque, en ese tiempo, el pucho aún mandaba sobre mí y, por ello, fui culpable de esas y otras agresiones de las que nunca me enteré. Detesto fumar porque es una forma de violación lenta y solapada en la que agresor y agredido, fumador y no fumador, son víctimas de una industria de la muerte. Odio reprimir, así como odio que me invadan, y el maldito cigarrillo siempre me coloca en esa insufrible encrucijada.
Odio fumar porque Wayne McLaren, el que montaba a caballo y hablaba de los grandes espacios Marlboro mientras fumaba, murió de cáncer a los 51 años y ahora está reducido al mínimo espacio de cuatro paredes ciegas cuando todavía le faltaban varias cabalgatas.
Odio fumar porque mis amigos que lo hacían están muertos. Detesto fumar por el color que tiñe los dientes, por la tos nocturna, por los esputos sanguinolentos, por las uñas amarillas, por el olor pestilente que atraviesa la piel, por convertirnos en apéndices de un palito que echa humo. Detesto fumar porque el tabaco mina la capacidad de erección, y cambiar esta por un poco de humo es una solemne expresión de estupidez humana. Odio fumar porque la industria del tabaco ha convencido a los jóvenes de que solo se es adulto cuando se tiene un cigarro entre los dedos, y porque su convicción adolescente continúa hasta que la adicción –cuando la edad los ha transformado en adultos– se ha apoderado casi definitivamente de ellos.
Odio fumar porque el cigarrillo mata más seres humanos que el alcohol, las drogas ilegales, los accidentes de tránsito, los suicidios y los homicidios, todos juntos: cinco millones por año, sin contar los decesos de los fumadores pasivos. Odio fumar porque fui hijo de un padre que fumaba tanto que, cuando murió, estuvimos tentados de decir que 'se había hecho humo’.
Era de los que calman la tos encendiendo un pucho y envenenaba inconscientemente a mi madre durante sus noches de insomnio, creando un ambiente de gas mostaza que a ella le hubiese permitido participar en la guerra de 1914 sin máscaras protectoras. Detesto fumar porque, además, resume todos los vicios de las industrias que mantienen vivo el capitalismo salvaje a costa de la vida de los otros. Mienten, sobornan y potencian los poderes adictivos de los venenos que comercializan.
Odio fumar porque se seduce a los niños para que reemplacen a los clientes que se les van muriendo y porque se enriquecen vendiendo un producto cuya cajetilla tiene un costo de producción de 0.02 dólares y hay quien no da de comer a sus hijos por comprarla. Como en EE.UU. los cigarrillos se venden en farmacias, es bueno recordar la publicidad de un joven que, ante la negativa del farmacéutico de venderle cianuro, polonio, radón, plomo y formol, le dice: “Entonces véndame un paquete de cigarrillos. Total, el humo los contiene a todos”.
No me gusta fumar porque, en una reunión de mi juventud en la que el humo apenas nos permitía reconocernos, el único no fumador dijo con voz clemente: “¿No les molesta si no fumo?”. Odio fumar porque, en ese tiempo, el pucho aún mandaba sobre mí y, por ello, fui culpable de esas y otras agresiones de las que nunca me enteré. Detesto fumar porque es una forma de violación lenta y solapada en la que agresor y agredido, fumador y no fumador, son víctimas de una industria de la muerte. Odio reprimir, así como odio que me invadan, y el maldito cigarrillo siempre me coloca en esa insufrible encrucijada.
Odio fumar porque Wayne McLaren, el que montaba a caballo y hablaba de los grandes espacios Marlboro mientras fumaba, murió de cáncer a los 51 años y ahora está reducido al mínimo espacio de cuatro paredes ciegas cuando todavía le faltaban varias cabalgatas.
Posteado por:Alexander Mamani Pino/arius09@hotmail.com/elsapitodeaqp@hotmail.com
3 comentarios:
por fin scribes algo bueno siempre scribes tonterias mejora
o muxaxos no tiene nada q estudiar
aburren
pero aburren
A QUIEN LE IMPORTA SI T GUSTA FUMAR O ERES UN NIÑITO CON SUS CARAMELOS
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